1 Mujer TEJEDORA
El mediodía semi nublado y quieto en las cercanías del volcán Carrán no presagia cambios. El curvilíneo camino de tierra asciende y desciende las montañas una y otra vez rodeado de un verdor y silencio infinitos. Por algún recodo topa con un río de aguas cristalinas, con cascadas que brotan de ojos subterráneos. Nalcas y helechos crecen en la berma entre gruesos y floridos ulmos y respetables hualles, robles viejos.
En el exacto punto medio entre los lagos Maihue y Huishue, se levanta Rupumeica Alto una comunidad de 30 familias huilliches. Están instalados desde hace más de diez años con sus ovejas, gallinas, caballos y perros. El pueblo más cercano queda a 35 kilómetros y sólo los separan 12 de la frontera con Argentina. Son todos hermanos, primos, tíos y sobrinos los Jaramillo Raihuanque que se asentaron en estas tierras en las que nacieron y que fueron recuperadas por el gobierno a través de la recompra de 500 hectáreas que un día fueron del padre muerto.
Al lado de una enorme artesa de madera y de kilométricos alambres de donde cuelgan kilos de lana de oveja terrosa y alba, apenas se asoma tras una ventana Rosa, 47 años, la menor de seis hermanos. Soltera y sin hijos vive en su casa rodeada por toda la familia que pasa el día junta. Los hombres se ocupan de la madera y las mujeres que como cuenta Rosa, cooperan en todo, dedican sus mejores horas a trabajar la lana. A las 40 ovejas que son de la comunidad saben sacarle provecho. Cada noviembre Rosa está en el grupo que las esquila, luego durante días lava la lana en el río para dejarla bien limpia. Mojada la cuelga y la deja secar al aire, proceso lento por la intensa y prolongada lluvia sureña. Escarmenar la lana es para ella lo más trabajoso, lento y difícil. Hay que separar lo útil de la lanilla inservible, limpiar de toda mugre. Luego la lana se hila, es decir, la va dejando como una hebra larga que se tira, resiste y no se rompe. Sólo entonces sirve para ser tejida, para enlazarla y hacer puntos.
Rosa espera el momento indicado para iniciar el proceso más lucido, la incorporación del color. Pide al cielo que con su magia del más allá venga a ayudarla. Sólo en una noche de "luna vieja" (menguante) inicia el proceso de darle color a la lana con el teñido. Para eso elige lo que la tierra le da siguiendo la tradición familiar. En una gran olla deja remojando al ovillo el que luego hace hervir un tiempo determinado. La hoja del castaño le da un color crema así como la corteza del hualle. Con el musgo del pellín que crece pegado a las maderas de las cercas, ella consigue la gama de los ocres rojizos. Con el hollín que ha quedado del fuego logra el blanco perfecto, con la flor del Michay el ovillo queda amarillo.
Colorida, la lana nuevamente debe secar. Recién entonces, tras meses de preparación y sin apuro, Rosa podrá tejer; y lo hace con clavos. Bufandas y ponchos salen de un telar minúsculo hecho de coligues cruzado por una madera horizontal de la cual penden cuarenta clavos por lado. Con un palillo a crochet enlaza la lana de un lado para otro hasta terminar de darle forma al tejido.
¿Cuál es la cualidad principal de una tejedora? Rosa de pocas palabras, pero de certezas profundas, es precisa: "Paciencia. Mucha paciencia". Los sobrinos y sobrinos nietos corren, una guagua llora, hombres de manta y gorro de lana montados a caballo esperan afuera. Rosa cruza caminando a donde una hermana también tejedora, pero con nieta y mamadera colgando del brazo. Antes de desaparecer en este escondite natural, sus manos tocan las lanas crudas que semejan ovejas muertas en hilera pendiendo de un hilo; al fin hoy asoma el sol en este verano lluvioso. La lana empieza a secar, pero es 27 de febrero acá en el sur, y la noche, según los planes de la naturaleza, será una de las más largas de la historia chilena.
Mujer tejedora Su Esencia
• Profunda vinculación e interés con lo que la rodea.
• Convivencia armoniosa con animales, personas, divinidad.
• Respeto por el ciclo natural de la vida.
• Trabajo en equipo. Unión.
• Paciencia, sobriedad.
• Preparación y método.
• Fe y confianza.
• Rescate de las tradiciones y de lo perdido y aparentemente inservible.
• Detallista, fina.
• Reciclaje realista y transformador (clavos para tejer y no martillar).
• Servicio, tejer para ser usado, gastarse y proteger.
• Trabajo forja lazos e intimidad, incorpora la vida cotidiana y familiar.
Alma de Tejedora
La Mujer Tejedora se distingue por su modo de relacionarse con los demás y por la comunidad que crea y establece. Ella tiene la capacidad de vincular afectiva y efectivamente a las personas entre sí; teje lazos tan fuertes y duraderos que fabrica redes, mallas visibles e invisibles que relacionan a unos con otros, que ayudan, sostienen y marcan una comunidad amable y confiable, sea en la familia, en el vecindario, la oficina, el campo o la ciudad. Esas redes cotidianas y amigables son las que le permiten en muchos casos trabajar tranquila a pesar de enfermedades y niños que cuidar o que la sostienen cuando queda viuda o sola.
Cada día para una tejedora es una rueca donde ella hace de eje con rayos en distintas direcciones que se mueven para hilar hilos con los que tejerá, como la araña, una tela fina capaz de sostener pesos insospechados. La profesional, la dueña de casa, la ministra o la empresaria, la enfermera, la jefa, la vecina, la monja, la hija o la amiga no se mide por la cantidad de roles que cumple, sino por cómo hace lo que hace. Su actitud esencial es que en lo cotidiano manifiesta un profundo interés por otros y confecciona con ellos una red. En cualquier circunstancia y lugar la mujer capta el ánimo, lo no dicho. Una tejedora conoce - hasta adivina- las penas y esperanzas de los que la rodean tanto en el ámbito privado como en el social. Hace de puente, ya que percibe la aflicción, la soledad, la preocupación. Ese es el "genio de la mujer" como lo vislumbró un día Juan Pablo II y que desde la ciencia trata de explicarse como un circuito neuronal.
"La mujer piensa desde la interioridad a la interioridad de otro", explica la doctora en teología y filósofa, Anneliese Meis, mujer sabia nacida en Münster, Alemania, cuya vocación de misionera de las Siervas de María la trajo a Chile en 1964 y desde hace 35 años enseña a generaciones en la Universidad Católica. Una tejedora trabaja con la hondura de las personas, con el espíritu que las mueve; esa es su lana, su materia prima, y le duele cuando alguien se pierde, como un punto que escapa al palillo dañando el tejido completo. Ella sale a recoger, a buscar al alejado, al que tiene algún rencor, complejo o soledad; cruza mares geográficos y emocionales para abrazar, perdonar y sintonizar con el corazón lejano. Aneliese Meis crecida en una familia armoniosa de siete hermanos donde hombres y mujeres se complementaban, entiende que lo femenino es esta capacidad de amar y establecer relaciones más allá de..., es la capacidad de la mujer de captar y entrelazar el gemüt, palabra germana que no tiene traducción, pero que comprende el alma, la emotividad, la intimidad de alguien. "Una tejedora engancha con otros no por ideas ni razones; ella se embarca, arriesga y entrega totalmente por amor. Esta capacidad femenina de entrar en el espíritu de otros y avivarlo desde dentro es lo que se conoce como la entrañeza de la mujer" (término derivado de entrañas, interior).
Para mostrar el alma y la vida de la mujer tejedora elegimos en el ámbito privado a las abuelas, artistas de reuniones familiares, troncos vivos de hogares, trasmisoras de fe, de historias, tradiciones y raíces, amor incondicional de nietos. En lo público contamos cómo las tejedoras viven el poder, la política, los negocios sin que muera en ellas su capacidad femenina de vincular, incluir y sostener. El gran desafío venidero ya no será sólo que la mujer participe en el campo laboral y en la toma de decisiones, sino que ella incorpore en todo ámbito su expertise en humanidad. Carolina Del Oro, filósofa, explica que en Chile hay falta de confianza en el estado, en las instituciones y la confianza está relacionada con la presencia de lo femenino: "La mujer genera confianza en la sociedad porque es más predecible, el interlocutor sabe a que atenerse con ella, entre otras cosas, porque la mujer se involucra íntegramente. Así, por ejemplo, cuando alguien dialoga con una mujer, sabe que se comunica con ella totalmente". Del Oro destaca que, además, como tejedora una mujer palpa la interioridad facilitando la mejoría del ambiente, la estética incluso y la compenetración de los equipos de trabajo: "La mujer escanea lo que pasa en la casa, en la oficina, en el alma. Mientras el hombre escanea el exterior, la mujer lo hace con la intimidad. En parte eso debe a una razón biológica, el hombre tiene una contextura física y genital hacia fuera, la mujer hacia adentro; si bien ella puede parecer débil exteriormente en su cuerpo, es fuerte interiormente ".
Mujer tejedora en la familia
Abuelas Chilenas Ayer y Hoy
El aumento de la esperanza de vida no necesariamente implica mayor y mejor relación entre abuelas y nietos. Los adultos viven más, pero también pueden estar más solos. Mientras en el siglo XIX las familias de élite eran las que podían gozar a las abuelas juntando a tres generaciones en una sola gran casona, el siglo XX ha sido justamente al revés: son los estratos más pobres quienes encargan el cuidado de sus hijos a las abuelas.
Las abuelas del siglo XIX tenían poco más de 35 años. Sin embargo su figura en la historiografía de esa época es prácticamente inexistente. "Que nadie se haya preguntado en Chile sobre los abuelos, es un silencio que habla", comenta la historiadora y académica de la Universidad Católica, Francisca Rengifo. Se ha estudiado a la mujer, a la familia, al matrimonio y recientemente, hace no más de 20 años, ha comenzado a enfocarse el estudio hacia los niños, en la infancia en el s XIX. "A los abuelos, no hemos llegado", dice la historiadora.
Sin embargo, a medida que en el país aumenta la esperanza de vida (es de 82,2 años para la mujer en el quinquenio 2010- 2015), surge la abuela como concepto de estudio. Ello también tiene que ver con la nuclearización de la familia. Según Rengifo, en la medida en que ésta se organiza en torno al matrimonio y los hijos, los abuelos se distancian del núcleo central y pasan a conformar un miembro distinto de la familia. Este proceso ocurre a comienzos del siglo XX.
Rompiendo los mitos, la historiadora especialista en el área familia señala que durante el siglo XIX, contrario a la creencia generalizada de una familia numerosa y extensa, en nuestro país predominaba la familia reducida y era muy difícil que se toparan las tres generaciones producto de la baja expectativa de vida y de la alta mortalidad infantil. La verdad es que la realidad de los ancianos en aquellos años está condicionada por el estrato social al que pertenecen. Rengifo distingue tres tipos de familia: la de élite, la campesina rural y familia urbana obrera. En las familias acomodadas del siglo XIX, el hogar de los padres acogía también el matrimonio de los hijos. Ahí estaba la madre del marido o de la mujer, además del matrimonio y los hijos. "En los sectores altos vivían varias generaciones juntas. No estaban todos, pero sí la madre viuda, con la hija y los nietos, la tía soltera. Son hogares que acogían a varios miembros vinculados por relaciones de parentesco", comenta la historiadora.
Hacia fines de siglo ese hogar de élite experimentó una serie de transformaciones que se reflejaron en un cambio del espacio material que constituía el hogar. Esas familias, explica la historiadora, abandonaron sus casas patronales construidas alrededor de las parroquias de El Sagrario y construyeron nuevas residencias, en sectores como el "Barrio 18", que respondían a un patrón burgués europeo de construcción, donde se especializaron y profesionalizaron los espacios. Vino un cambio en la vida familiar que fue definiendo el espacio doméstico como privado y exclusivo y fue separando generaciones de esta manera: "Estas familias vivían juntas, pero ya no tan revueltas. La mayoría de las casas -generalmente de dos pisos- eran continuas y, en un ala del edificio, vivía la familia del hijo".
A fines del siglo XIX, explica Rengifo, se produjo también una de las más importantes transformaciones de nuestra sociedad, la inmigración, que fue de la mano con la urbanización del país. Se construyeron los conventillos que se pensaron como una solución, pero terminaron como centros de hacinamiento e insalubridad. Surgió una masa campesina grande que emigró a las ciudades en busca de trabajo y que era sumamente móvil. Los censos del siglo XIX los definen como "gañanes o peones", sin rumbo fijo ni residencia, en busca de trabajo. Ello incidió en la ausencia del padre, que debía buscar trabajo; por ende las mujeres quedaban a cargo del hogar. Como señala la investigadora: "Uno podría deducir que dentro de esas mujeres jefas de hogar, pudo estar más presente la abuela que la madre, porque ellas también iban a trabajar a las industrias textiles".
La abuela en el Chile moderno
El aumento en la esperanza de vida permite hoy compartir con los nietos una mayor cantidad de experiencias y desempeñar un papel más activo dentro de sus familias. Sin embargo hoy los adultos mayores son más activos y muchos de ellos trabajan. Obviamente la relación entre abuelos y nietos es más intensa si viven bajo el mismo techo. La socióloga María Soledad Herrera ha estudiado el caso de los niños preescolares donde existe una importante diferencia respecto de quién cuida a al niño cuando la mamá trabaja. Explica que "a mayor nivel socioeconómico quien lo hace es una persona pagada. En el nivel socioeconómico bajo, en cambio, se da más el cuidado por parte de los abuelos, quienes asumen un rol mucho más vital".