1. La autoformación: una tarea central
DIOS no nos creó ya "hechos", "listos". Como afirma Ortega y Gasset, "Somos historia por hacer".
Aunque la vida –según el mismo autor– "se nos dispara a quemarropa".
Cada uno de nosotros cuenta con fuerzas capaces de moldear su yo y darle un rostro definido. Nada puede dispensarnos de la tarea de autorrealizarnos. Somos un proyecto que llevamos a cabo con los "materiales" que poseemos. No nos hacemos de la nada: nos desarrollamos a partir de nuestras condiciones físicas, de la estructura psicológica original heredada y adquirida, de la realidad social, cultural y económica: en una palabra, de la realidad histórica que nos toca vivir. En este marco concreto se desarrolla la creatividad de nuestra libertad y la realización del plan que Dios tuvo al llamarnos a la existencia. El libro del Génesis nos dice que fuimos creados del "polvo del suelo" (Gen. 2, 7). En esa arcilla moldeable debe quedar impresa la fuerza plasmadora de nuestra libertad y del Espíritu de Dios en nosotros.
"En los designios de Dios –dice la encíclica Populorum Progressio– cada hombre está llamado a promover supropio progreso, porque la vida de todo hombre es una vocación dada por Dios para una misión concreta" (N° 75). A partir del conocimiento de nosotros mismos y del conocimiento de la realidad que nos rodea, tenemos que asumir la tarea más importante: dar un sentido a nuestra existencia, conquistar la riqueza y originalidad de nuestra personalidad.
Por la libertad estamos dotados de la capacidad de autodecidirnos y de realizar lo que hemos decidido. Precisamente en esto nos diferenciamos en forma radical de los seres irracionales. "Mientras el tigre –afirma Ortega y Gasset– no puede destigrarse, el hombre vive en riesgo permanente de deshumanizarse. No sólo es problemático y contingente que le pase esto o lo otro, como a los demás animales, sino que al hombre le pasa a veces nada menos que no ser hombre. Y esto es verdad, no sólo en abstracto y en género, sino que vale referido a nuestra individualidad. Cada uno de nosotros está siempre en peligro de no ser ese sí mismo, único e intransferible que es. La mayor parte de los hombres traiciona de continuo ese sí mismo que está esperando ser." (El Hombre y la Gente, p. 45).
Es preciso, por lo tanto, ante la amenaza de la masificación y deshumanización reinantes, enfrentar el desafío de autorealizarse. Quien no despierta y toma las riendas de sí mismo en sus manos, pronto tendrá que lamentar y confesar: "Aquel que soy saluda tristemente al que debiera ser".
La encíclica Populorum Progressio continúa en el párrafo recién citado: "Desde nuestro nacimiento, nos ha sido dado a todos, como en germen, un conjunto de actitudes y de cualidades para hacerlas fructificar; su floración, fruto de la educación recibida en el propio ambiente y del esfuerzo personal, permitirá a cada uno orientarse hacia el destino que le ha sido propuesto por el Creador. Dotados de inteligencia y de voluntad, somos responsables de lo que hacemos de nuestra vida ante nosotros mismos, ante Dios y ante nuestros semejantes; somos el principal artífice de nuestros éxitos o de nuestros fracasos; no podemos abdicar de la tarea de crecer en humanidad, de valer más y ser más".
¿Quiénes somos? ¿Cómo podemos definirnos a nosotros mismos? Somos un proyecto por realizar: seres germinales, polivalentes, amenazados y limitados.