PRESENTACIÓN
En esta obra, el P. José Kentenich enfrenta con especial eficacia anhelos muy profundos de nuestro tiempo y entrega una respuesta plenamente católica y fructífera. Se trata, en último término, de la inquietud por los temas de la felicidad humana y de la motivación última del actuar de Dios.
El enfoque que el padre Kentenich emplea en estos ejercicios espirituales asume el pensamiento de san Francisco de Sales (1567-1622), un hombre de enorme influencia como maestro de espiritualidad.
En la actualidad es especialmente valorado como el precursor del apostolado y de la santidad de los laicos. De alguna manera, el Concilio Vaticano II vino a confirmar mucho de lo que él había pretendido cuatro siglos antes. Su pensamiento se resume en la afirmación: "Dios es amor" y por ello todo lo hace por, mediante y para el amor. Esta misma ley, el santo la aplica al hombre, instándolo a imitar el proceder de Dios, encontrando también en el amor la fuente profunda de felicidad plena.
Dan fe de la actualidad de este pensamiento dos acontecimientos eclesiales muy recientes: por una parte, la encíclica Deus caritas est, de S.S. Benedicto XVI, y, por otra, la canonización del padre Alberto Hurtado SJ, cuyo lema era una expresión de alegría: "Contento, Señor, contento". El contexto histórico del presente retiro se sitúa en la Alemania de 1934. En ese año, Hitler se afianza en el poder y reúne en su persona los cargos del Presidente y de Canciller, y adopta el título de Führer (caudillo o jefe). Además logra el control total de los medios de comunicación y de la propaganda.
Han transcurrido más de 70 años desde que el P. Kentenich dirigió estos ejercicios espirituales pero, a pesar de ello, siguen siendo plenamente vigentes y eficaces. Si bien sus destinatarios originales fueron sacerdotes y teólogos, estos planteamientos son igualmente aplicables para cualquier cristiano comprometido con su fe. Nuestra experiencia práctica así lo demuestra. Por ejemplo, cuando el P. Kentenich habla de la ordenación sacerdotal y sus gracias, las personas casadas pueden referirlo al sacramento del matrimonio.
El P. José Kentenich y san Francisco de Sales
La relación del P. Kentenich con san Francisco de Sales se remonta a sus tiempos de estudio, durante el noviciado. Desde luego, las primitivas constituciones de los palotinos, comunidad a la cual pertenecía, se inspiraron y poseían una explícita orientación según el carisma de ese santo. El P. Kentenich se siente captado por Francisco de Sales, por su propia estructura psicológica y su historia de vida. Como el santo, él tenía mucho sentido de la metafísica, de lo trascendente, de la búsqueda de Dios y también del aspecto psicológico y de los procesos anímicos. Por su connatural sentido de la libertad y del amor, todo lo que fuese coacción, temor o rigidez, le causaba rechazo. En este sentido, su ideal de hombre nuevo en la nueva comunidad es una idea original e innata en él.
Poseía un fuerte sentido de la libertad, unido a la búsqueda del motivo y objetivo central, constituido por el ideal. Su experiencia de vida, en su niñez y juventud, la educación que recibió y la disciplina rígida y dura, propia de la época, deben haberlo acercado más a san Francisco de Sales e impulsado a adentrarse en su espiritualidad. En él encontraba un acento en la espiritualidad que coincidía con sus inquietudes y su estructura.
Posteriormente, el P. Kentenich trabaja y elabora más a fondo la espiritualidad salesiana. Lee y trabaja la ley de amor de Dios, lo que después vierte en sus ejercicios sobre La perfecta Alegría de Vivir. Asimismo, la elaboración que hace de La Santidad de la Vida Diaria tiene parte muy importante de su fundamento en la concepción de san Francisco de Sales, si bien en cierto modo la desarrolla, complementa y prolonga. La espiritualidad del P. Kentenich implica un proceso pedagógico que, inspirado en muchos aspectos en el santo obispo de Ginebra, va más allá. Sobre todo, incorpora una fundamentación psicológica y pedagógica.
De entre las múltiples citas del padre Kentenich que expresan su cercanía y profundo aprecio por el santo, escogimos las siguientes, de 1949:
"La coincidencia entre san Francisco de Sales y nosotros es enorme, tanto en el espíritu como en las aplicaciones concretas. (...) Lo que él buscaba es lo mismo a que aspiramos nosotros, sus dificultades son también las nuestras, sus luchas, nuestras luchas".
"San Francisco de Sales nos sirve de guía en el escabroso camino, en el desconcertante laberinto. Él es flexible cuando se trata de formas de vida externa, pero para elegir o cambiar éstas, exige como criterio y como norma inequívocos el crecimiento en el amor a Dios, hasta la plena intimidad y el éxtasis. Quien sigue su camino, concentra todas sus fuerzas en Dios y recibe de ese modo una sorprendente seguridad en el actuar, una santa libertad que lo hará dichoso en su condición y que se convertirá naturalmente en costumbre y forma de vida, según lo exija su estado y su profesión". Este retiro del padre Kentenich aporta para la nueva cultura esos elementos básicos: santidad en el amor a Dios, flexibilidad y seguridad, que constituyen una parte muy valiosa de su legado a la Iglesia que tanto amó. Todo ello dentro de una pedagogía que conduce a una actitud de magnanimidad, gozo y libertad. De su lectura y meditación fluye ese encuentro alegre, profundo y vital con el Dios de la Vida y Señor de la Historia, junto con la posibilidad de una profunda transformación personal.
Jorge De Knoop Santelices
Federación de Matrimonios de Schoenstatt - Chile
19 de marzo de 2006, fiesta del bienaventurado san José, esposo de la Virgen María.
Cuarta plática
FUENTES DE LA PERFECTA ALEGRÍA
1. Las pequeñas fuentes de alegría
A fin de tener la vivencia de la alegría deberíamos esmerarnos primeramente en profundizar en nosotros el hambre de alegría. Es lo que hemos intentado en la última plática: convencernos de manera efectiva de que el instinto de alegría es un instinto primordial de nuestra naturaleza humana. Espero que sea de su agrado que, a partir de esa realidad claramente reconocida, nos esforcemos ahora en examinar también los correspondientes efectos. Me permito perseguir en cierta medida esos efectos a fin de hacer que las consideraciones de tenor fundamental sean más efectivas para nuestra vida práctica cotidiana. En el centro de nuestra reflexión se encuentra la convicción de que el instinto de alegría, el instinto de felicidad, es un instinto primordial de la naturaleza humana. ¿Qué se sigue de ello para Dios o, mejor dicho, para la comprensión de la práctica, de la sabiduría pedagógica de Dios? ¿Qué se sigue de ello para nosotros?
Si contemplo con profundidad el taller del obrar de Dios, si contemplo con profundidad también el instinto primordial de la naturaleza humana, entiendo por qué Dios, hablando humanamente, está obligado a hacer brotar y borbotear muchísimas fuentes de alegría, y ya ahora, en la tierra, en que nuestra naturaleza está tan cargada con el lastre del pecado original; y entiendo también por qué en la eternidad, en la visio beata, Dios está obligado a implantar en nuestro interior en forma plena las fuentes de la alegría. ¿Por qué? Porque ha depositado el instinto primordial de la alegría en nuestra alma, en nuestra naturaleza. Si hubiese depositado ese instinto en nosotros pero no nos diera al mismo tiempo la oportunidad de satisfacerlo, nos habría engañado.
¡Observen, por favor, la vida práctica! ¿Acaso no debemos decir, haciendo una consideración serena, que son realmente innumerables las fuentes de alegría, los cálices de flores en nuestro camino de vida? Por supuesto, son en su mayoría alegrías pequeñas las que nos salen aquí al encuentro. Podrán ser alegrías de la naturaleza, alegrías que residen en la gratitud. Vean, por favor, qué importante es que, como artistas de la alegría, como maestros de la alegría, como apóstoles de la alegría, aprendamos y enseñemos el arte de descubrir esas pequeñas fuentes de alegría y de disfrutar de ellas. Es más: en un tiempo tan pobre en alegrías, ésta debería ser nuestra tarea esencial: disfrutar de las gotas de miel de la alegría en todas las ocasiones en que Dios quiera ofrecérnoslas. Ese es el arte de alegrarse, el arte de educar a otros a la alegría.
Esta tarde o mañana temprano, cuando caminen en silencio por ahí, ¿no querrán comprobar cuántas oportunidades de alegría hemos ignorado hasta el presente en nuestra vida, también ahora que tantas esperanzas de nuestra vida han sido ya sepultadas? ¿Conocemos incluso las alegrías que la naturaleza nos ofrece? ¿Disfrutamos de ellas? ¿No hay acaso, también hoy, cosas alegres en nuestra vida como sacerdotes? ¡Cuántas fuentes de alegría podrían manar para nosotros a partir del trato con Dios, a partir del trato en y con la Iglesia, si estuviésemos alertas y atentos para captar y procesar todo lo que se nos ofrece! Tengan la bondad de comprobarlo ustedes mismos.
1.1. Esparcir e incrementar las fuentes de alegría
Un segundo efecto de la gran realidad que hemos aprendido podrá ser determinante también para nuestra actividad propia, para la educación de nosotros mismos y de los demás. ¿Admiten ustedes que es una obra extraordinariamente grande de Dios, una bendición extraordinariamente grande para la humanidad actual si multiplicamos, aunque sólo sea un poco, las existencias de alegría, el fondo de alegría de la humanidad actual? Por tanto, donde yo pueda repartir alegría por mi modo de darme, donde pueda difundir un poco de luz solar a través de mi palabra, de mi vida, allí debo intervenir con ansias porque lo que realizo es una gran acción.78 Y me pregunto, una vez más: ¿cuán a menudo he dejado pasar la oportunidad de incrementar las existencias de alegría del mundo, las existencias de alegría de la humanidad y, reduciendo el ámbito de la idea, las existencias de alegría de mis seguidores? Piensen en la familia parroquial, en la asociación, en el púlpito: ¡cuán poco he aprovechado la oportunidad de incrementar la exigua reserva de alegría de la humanidad y del mundo actual!