Una realidad histórica
A la largo de la historia siempre han existido lugares de gracias, donde el cielo toca la tierra, donde se palpa la acción de Dios en forma extraordinaria, donde cientos y miles de peregrinos acuden para agradecer, para pedir, para ofrecer. Un lugar privilegiado ocupan en esta "geografía de la fe" los santuarios marianos.
Cuando el Papa Juan Pablo II visito México por primera vez, peregrinó al santuario de Zapopán. En aquella ocasión dio el siguiente testimonio:
Cuando los fieles vienen a este santuario, como he querido venir yo también hoy, peregrino en esta tierra mejicana, qué otra cosa hacen sino alabar y honrar a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, en la figura de Maria, unida por vínculos indisolubles con las tres personas de la Santísima Trinidad, como también enseña el Concilio Vaticano II (cf. LG, 53). Nuestra visita al santuario de Zapopán, la mía hay, la vuestra tantas veces, significa, por el hecho mismo, la voluntad y el esfuerzo de acercarse a Dios y de dejarse inundar por él mediante la intercesión, el auxilio y el modelo de Maria. En estos lagares de gracia, tan característicos de la geografía religiosa mejicana y latinoamericana, el Pueblo de Dios, convocado en la Iglesia, con sus pastores, y en esta feliz ocasión, con quien humildemente preside en la Iglesia a la caridad, se reúne en torno al altar y bajo la mirada maternal de Maria, para dar testimonio de que lo que cuenta en este mundo y en la vida humana es la apertura al don de Dios, que se comunica en Jesús, nuestro Salvador, y nos viene por Maria. Esto es lo que da a nuestra existencia terrena su verdadera dimensión trascendente, como Dios la quiso desde el principio, como Jesucristo la ha restaurado con su muerte y resurrección y como resplandece en la Virgen Santísima.
Lourdes en Francia, Fátima en Portugal, Guadalupe en México, Jasna Gora en Polonia, Alta Gracia en Brasil y cientos de santuarios marianos testifican de la presencia y la acción de Maria en medio del Pueblo de Dios. Miles y millones de peregrinos acuden con fe a ellos.
Entre estos santuarios marianos se encuentra el santuario de Schoenstatt: una pequeña capillita situada al sur de Colonia en Alemania. Actualmente sus réplicas (llamadas santuarios filiales) están diseminadas por los cinco continentes. Este santuario de María que surgió a inicios de la Primera Guerra Mundial, en 1914, ha llegado a ser un importante centro de irradiación mariana en medio de la Iglesia de nuestro tiempo.
Nos acercamos a diversos peregrinos del pequeño santuario de Schoenstatt y les preguntamos por qué acudian a este lugar de gracias. Estas son algunas de las respuestas que recibimos: "Para mi el santuario es un rincón de paz, donde me siento en casa."
"Siempre vengo al santuario a poner en manos de Maria todo lo que me preocupa, mis proyectos, mis seres queridos."
"En el santuario regalo a la Virgen mis cruces. Ella está siempre conmigo. Nunca me abandona." "Me encanta ir al santuario. Cuando entro al santuario me siento como en mi casa. Si no voy, me parece que ando un poco a la deriva."
"Para mi el santuario es el taller donde me he ¡do educando y, con mi esposa, nos hemos ido educando para sacar, desde lo más profundo de nosotros mismos, todas las potencialidades que nos permiten ir creciendo hacia la plenitud, hacia la madurez en Cristo Jesús."
"Estar en el santuario significa para mi encontrarme con Maria y con el Señor. Ella me da fuerzas para seguir luchando por él. Mi trabajo es duro y lo necesito."